Miquel no es un monstruo. Es muy fácil odiar a un monstruo. Pero como nos lo haremos, odiar la zona turbia y salvaje que hay dentro de nosotros. Miquel es un hombre primario, si queremos; es también un trabajador honrado. Y es fruto del que le han enseñado; él nosotros. Bajo capas y capas de pintura con que la civilización nos tapando las zonas turbias y salvajes, hay, pero un sentimiento primario de la vida. Digan lo que digan las leyes, y da lo mismo si por educación o por discreción lo callamos – hombres y mujeres -, la mujer es el vaso de la especie, donde el macho deposita la semilla. Una vas; eso es todo. El resto es maquillaje. Miquel se plantea y nos plantea que la ley se hipócrita, que todos somos hipócritas, y que hay unas «verdades» que él considera naturales y que pueden ser burladas. Estas «verdades» permanecen dentro de todos nosotros. El monstruo nos es ajeno, ¿Cuántos puntos de contacto tenemos con Miquel? En su monólogo, convertido a veces diálogo ficticio, hay radica la tragedia del hombre primitivo que se ha sentido empujado por la historia como un viento que lo lleva, pero no como un agua en la nada; la historia ha circulado fuera de nuestro control y por eso no lo entendemos y nos aferramos a los viejos costumbre. Miquel se sabe culpable. Pero se siente inocente. El sentido de la propiedad, el sentido de la autodefensa, el sentido del amor propio, como raíces profundas de los actos y de los pensamientos más escondidos. Unos sentimientos que quizás no son nada ajenos al espectador, horrorizado de sentirse solidario de un criminal.
